sábado, 4 de febrero de 2012

Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena


Viena, 1832 - Santiago de Querétaro, 1867

Fue embarcado en una empresa sin futuro. El anhelo de conquista de los europeos (la Francia de Napoleón III, sobrino de Napoleón) envió a un hombre que en el fondo no tenía la fuerza suficiente para la conquista en un territorio en el que aún no se formaba un estado nacional del todo, y que, además, estaba sumido en guerras intestinas por el poder. Frente al Emperador, la figura de Benito Juárez y sus correligionarios, los terribles reformadores, como los llama Vasconcelos, se alzan como verdaderos titanes.

México ya había sido seccionado. La mitad del país había pasado a formar parte de la Unión Americana (1847). Y las revueltas internas entre liberales y conservadores amenazaban la existencia del país. Maximiliano no era un hombre de bajas pasiones pero tampoco tenía los arrestos necesarios para conducir la invasión, que en una de las páginas más memorables de las tropas mexicanas, dirigidas por el General Ignacio Zaragoza, derrotaron al ejército de ocupación francés, en la heroica batalla de Puebla.

 Tras un juicio ante tribunales militares en ausencia de tiempo, celebrado en el Teatro Iturbide -después Teatro de la República, en Querétaro- por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones y con base en un interrogatorio que en su mayor parte el emperador se negó a contestar, alegando que eran cuestiones meramente políticas, los revolucionarios lo condenaron a muerte. Fue fusilado en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el 19 de junio de 1867, junto con los generales conservadores Miramón y Mejía (Ver Wikipedia).

Las últimas palabras del Emperador fueron acerca de un reloj con el retrato de su esposa:

"Mande este recuerdo a Europa a mi muy querida mujer, si ella vive, y dígale que mis ojos se cierran con su imagen que llevaré al más allá. Lleven esto a mi madre y díganle que mi último pensamiento ha sido para ella."

El Emperador de México, segundos antes de recibir las descargas del pelotón de fusilamiento, entregó una moneda de oro a los siete soldados del pelotón. Después proclamó:

"Perdono a todos y pido a todos que me perdonen y que mi sangre, que está a punto de ser vertida, se derrame para el bien de este país; voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!"



Créditos aquí.

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